Como espíritus de aire
Hans-Dieter Fronz
(Traducción del alemán de Teresa Ruiz Rosas)
Líneas en el césped, como si un gigante hubiese estado jugando a dibujar en el espacio figuras tridimensionales o hubiese dejado allí su gigantesca firma: del color del acero oxidado. El hermoso parque que rodea las instalaciones del Centro de Cardiología de Bad Krozingen constituye un escenario ideal para las esculturas metálicas de Herta Seibt de Zinser, que abarcan el espacio literalmente. Sin timidez alguna hacen compañía a la flora del parque, buscan la cercanía de arbustos y árboles, se deleitan entre el laurel, el boj y el arce. O se despliegan disfrutando de plena libertad sobre el vasto césped, dichosas y agradecidas de disponer de tanto espacio sólo para ellas.
Los trabajos son un solo trazo, una tirada: elaborados de tubos de hierro arqueados, del grosor de un dedo pulgar, que cruzan el espacio haciendo grandes oscilaciones y curvas. A veces resulta del tubo una línea interminable, como es el caso de esta escultura, que por su suave serpenteo podría haber surgido del canon formal orgánico de Hans Arp o Henry Moore. Pero allí donde las esculturas de Arp y Moore adoptan la densidad maciza, la consistencia de un cuerpo, es donde el arte de Herta Seibt de Zinser se queda en lo aéreo-linear. He ahí su originalidad. No se le ocurre a uno ningún ejemplo comparable en toda la historia del arte. No es que sean ligeras como una pluma, sino que dan la sensación de carecer de gravedad. A menudo no se sostienen sino sobre los dos «pies», el del comienzo y el del final del tubo. Cuando es necesario, un tercero o cuarto pie le brindan un apoyo adicional, cuando el trazo curvilíneo del tubo no llega a apoyarse en el suelo sino que lo acaricia fugazmente. El movimiento –danzante, danzarino– es el signo por excelencia de estas esculturas.
Sólo de tanto en tanto una pieza echa el cuerpo fuera entre dos matas bajas. En otros lugares, una escultura roza lo figurativo y hace crecer de entre el césped figuras humanas estáticas, apenas insinuadas, para luego tornarse amorfas y seguir su curso. Las obras plásticas también transmiten la sensación de movimiento en la medida en que pasean, por así decirlo, junto con el paseante que recorre el parque: todo punto de mira distinto ofrece una vista nueva, un aspecto diferente de la obra.
Es en ese sentido que las esculturas cambian continuamente de rostro como las metamorfosis de un Proteo. Son cortantes, presentan un carácter alegre en un nuevo ser ingrávido, brindan nuevas muecas cada vez. O son grandes ojos redondos que lanzan su mirada al paseante por el parque. De algún modo, en todo caso, dan la sensación de estar vivas y poseer un alma. Sin duda alguna, con las esculturas de hierro de Herta Seibt de Zinser nos hallamos frente a reencarnaciones de espíritus de la naturaleza y el aire, frente a materializaciones de fuerzas y energías físicas intangibles y no mesurables.